Diego Espitia: una vida en riesgo por los derechos humanos
27 de mayo de 2011Nos encontramos en un auto del ministerio colombiano del Interior. Cruzamos Medellín a paso acelerado. Vamos al encuentro de Diego Espita, uno de los defensores de derechos humanos más perseguidos de Colombia.
Espitia - en realidad un seudónimo - ha librado una larga lucha contra el desplazamiento forzado en Urabá: la región fronteriza con Panamá que narcotraficantes usan como corredor para el transporte de cocaína. También Diego tuvo que abandonar Urabá, por exigir las tierras robadas a los campesinos. Amenazado de muerte, Espitia tiene que ser guardado por escoltas del Estado colombiano.
Al fin encontramos a Espitia en un café de la ciudad. Aunque el peligro de sufrir otro atentado lo acompaña todo el tiempo, él irradia tranquilidad - y más bien se disculpa por no poder pronunciar palabra con claridad: “Un tiro en la cara me tumbó los dientes. Me desbarató la mandíbula. La lengua me la cortó en dos pedazos. Por eso es que hablo así. La lengua me quedó reducida, como la de un loro”. Así relata Espitia el último atentado sufrido hace pocos meses.
Manual de violación contra el derecho una vivienda, a un trabajo digno
Capos de la mafia - autores del desplazamiento forzado en Urabá ordenaron matarlo. Sicarios aún siguen buscándolo con su foto en el celular. Diego Espitia arriesga su vida por la lucha por los desplazados, cuyo desalojo empieza con sutiles amenazas. Cuando los campesinos se niegan a venderles sus parcelas a las bandas criminales, los métodos se vuelven brutales, cuenta Diego: “ Ellos iban a las casas y ponían una pistola sobre la mesa diciéndole a la gente: 'O vende usted o vende su viuda, más barato. ¿Qué prefiere?' Esta es la frase que usan en toda la región.”
Diego intentaba ayudar. Este defensor de los derechos humanos acompañaba en sus casas durante meses a los amenazados de desalojo; instruía a los campesinos sobre sus derechos e informaba a las autoridades las violaciones de los derechos humanos. Así buscaba evitar el desplazamiento forzado. A menudo, en vano: “Nos quitaban las fincas con violencia. Iban armados. Nos sacaban a la fuerza. A las malas. Nos quitan las tierras que les convienen como corredores del narcotráfico”.
Aguerrida lucha por hacer valer los derechos
Muchas de las familias habitaban Urabá desde hace generaciones. ¿Hacer una vida nueva en Medellín? Imposible. La mayoría de los desplazados sólo sabe ganarse el pan diario con el cultivo de la tierra. Por eso algunos asumen el riesgo de recuperar sus tierras por la vía de hecho. Diego Espitia les ayudaba:“Entrábamos a las parcelas y sembrábamos maíz, yuca y arroz, que allí mismo vendíamos para sobrevivir. Confiábamos que los paramilitares no nos volvieran a quitar las casas.”
Pero el líder comunitario y las demás víctimas luchaban contra un poder mayor. Los criminales regresaban, a menudo con una orden judicial de desalojo, gracias a falsas denuncias de supuesta “ocupación ilegal” de tierras ajenas. Espitia recuerda el caso de Mutatá, un pueblo de población negra en Urabá, en donde la misma alcaldesa los sacó con la policía: “Nosotros éramos unas 280 personas, los policías antimotines 200. Nos desterraron con gases lacrimógenos.”
De labriegos con trabajo a desplazados desarraigados
Muchos desisten tras una dura lucha por recuperar su casa, su trabajo, su sustento. Diego Espitia no. Junto con otros afectados, fundó la Asociación de Víctimas para la Restitución de Tierras y Bienes, una organización vital para la representación de los intereses de los desplazados ante las agencias estatales y la Justicia. Con la ayuda de ONGs como Tierra y Vida y Forjando Futuros, Diego sigue ayudando a velar por quienes han perdido casa, trabajo y alimento. Muchos de los desplazados han terminado en los barrios marginados de Medellín. Diego Espitia ni siquiera puede escoger a dónde ir. Los criminales lo siguen asediando. En dónde dormir, comer o con quién encontrarse – eso lo deciden ahora sus guardaespaldas.
Autor: José Ospina-Valencia
Editora: Claudia Herrera Pahl