Trigo transgénico argentino: ¿en el pan nuestro de cada día?
14 de octubre de 2020Argentina, cuarto exportador mundial de trigo, busca comercializar una variedad bautizada como "HB4", genéticamente modificada para resistir la sequía. Eso sí, el producto deberá conseguir primero su aceptación en el vecino Brasil, principal mercado histórico trigo convencional argentino.
El HB4 fue desarrollado por la empresa biotecnológica argentina Bioceres. Y es el resultado de una colaboración público-privada de casi dos décadas con el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) y un grupo de investigación de la Universidad Nacional del Litoral. La doctora en biología Raquel Chan, líder del proyecto, logró aislar el gen HB4 del girasol, que puede incorporarse al trigo, la soja o el maíz para aumentar su tolerancia a la sequía.
Las variedades de trigo HB4 son desarrolladas por Trigall Genetics, un joint-venture entre Bioceres y Florimond Desprez, de Francia, una de las empresas líderes a nivel mundial en genética de trigo.
Soja, maíz y colza sí, pero ¿trigo no?
Las alarmas sonaron pronto en la propia Argentina. El Comité de Cereales Invernales de la Comisión Nacional de Semillas (CONASE) advirtió al Gobierno de la probable renuencia de molinos, panificadoras y consumidores locales y extranjeros a adquirir productos elaborados con cultivos transgénicos, así como de la dificultad de mantener separada esa producción genéticamente modificada: "Es un avance científico relevante y podrá ser un aporte importante en soja, maíz y otros cultivos, pero por ahora no en trigo", resumió el Comité.
Hasta ahora, la comercialización de productos vegetales modificados genéticamente se ha limitado básicamente a cuatro grandes cultivos autorizados y presentes en el mercado mundial: maíz, soja, colza y algodón. De ellos, los tres primeros podrían ser parte de nuestra alimentación. Pero se supone que no lo son; al menos no mucho, o no directamente. “Se destinan principalmente a la alimentación animal, o a plantas de biogás o biocombustible”, aclara a DW Daniela Wannemacher, experta en ingeniería genética de la Federación Alemana para el Medioambiente y la Conservación (BUND).
Así que, con el HB4 argentino, no solo saldría “un nuevo producto al mercado de organismos genéticamente modificados (OGM)”, sino que se trata de uno que podría llegar directamente a nuestro pan o nuestros cereales, en todo el mundo, advierte Wannemacher. Eso aumenta las reservas al respecto.
La ingeniería genética de alimentos es un tema delicado para muchos consumidores europeos. “Más del 80 por ciento de los alemanes no quieren comprar alimentos modificados genéticamente. Por eso, básicamente, no hay alimentos modificados genéticamente en los estantes”, asegura en su web el Gobierno alemán.
“No puedo imaginar que ese trigo se autorice y tenga mercado en Europa”, dice Wannemacher. Acá, si la gente pudiera elegir, se importaría incluso menos alimento animal genéticamente modificado. Pues, en principio, ni en los huevos ni en la carne que consumen los europeos se aclara cómo se alimentó el animal del que provienen. Aunque hay excepciones, garantizadas por una etiqueta voluntaria que certifica productos “sin ingeniería genética”, desde 2008. Pero esto significa un esfuerzo e inversión extra para los productores que lo usan.
En Europa, todos los exportadores e importadores están obligados a declarar si sus productos están modificados genéticamente, y hay un sistema de monitoreo estatal. Pero quienes lo toman en serio y usan el sello, examinan más muestras, comprueban la documentación, educan a sus proveedores. Así que, si el trigo transgénico llega al mercado, los esfuerzos tendrán que incrementarse.
Tolerancia a la sequía: ¿pretexto para introducir glufosinato?
No todos los productores en Alemania, Europa u otras partes del mundo usan ese sello. Así que, seguramente, muchos de nosotros, aunque nos opongamos activamente, hemos consumido productos de origen animal sobre los que no se ha investigado suficientemente. No sabemos qué consumieron esos animales o “si hay efectos a largo plazo por la ingestión de OGM, ni para los animales ni para los humanos. Porque esos estudios no existen”, lamenta Wannemacher.
“Lo que sí sabemos es que muchos OGM en Sudámerica se cultivan en combinación con el uso de glifosato”, comenta la experta de BUND. Y se refiere al herbicida más usado en todo el mundo, polémico pero aprobado en Europa como mínimo hasta 2023, cuando al menos Alemania se comprometió a prohibirlo. Y sabemos ahora también, aunque se ha divulgado poco, agrega la experta alemana, que el trigo HB4, presentado como resistente a la sequía, es tolerante al glufosinato, otro herbicida muy potente, prohibido en Europa desde 2013 porque se considera tóxico para la reproducción, por ejemplo, de mamíferos pequeños como el ratón de campo.
En efecto, aunque se use la crisis climática como argumento de ventas, no se trata solo de un trigo que tolera “el estrés hídrico”, confirma Pengue a DW. Con él, solapadamente, se trabaja en algo que importa más a las compañías: un cultivo tolerante al glufosinato de amonio. Desde 1998 se ha usado esta modificación genética en Argentina, primero en el maíz y luego en la soya. Pero ahora, hay “cada vez más malezas que han desarrollado resistencia al glifosato”, lo que explica que se apueste por un herbicida sustituto.
¿Podrán convencer a Brasil?
Argentina vendió a Brasil en 2019 el 46% de un total de 11,3 millones de toneladas de trigo de exportación. Y aunque tiene otros mercados, como Indonesia, Argelia, Chile, Nigeria, Marruecos, Kenia o Perú, la aprobación de Brasil es clave para este nuevo trigo HB4.
Brasil, en principio, puede resistirse. Pero Argentina podría volver a “presionar con su política de hechos consumados”, recuerda Pengue. Y resume lo que sucedió con la soja transgénica: Brasil no la aprobaba; Argentina la metía de contrabando. Los agricultores brasileños la plantaban ilegalmente. Y los investigadores lo comprobaban, porque el uso del glifosato, al que esa soja era resistente, explotaba. Ahora también, detrás de eso, estaría “la desesperación de nuestros políticos por dar buenas noticias y capturar fondos en el mercado internacional”, indica.
Gana el modelo agroexportador en manos de pocas corporaciones
A esto se suma que el trigo, "a diferencia del maíz, es una planta autógama, que tiene un porcentaje de polinización libre relativamente bajo. No obstante, el flujo de material genético existe y ronda el 1, 2 ó 5 por ciento. Y hay investigaciones recientes que hablan de hasta un 10 por ciento”, señala Pengue, profesor de Economía Ecológica en la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS), doctorado en Agroecología, Sociología y Desarrollo Rural.
De modo que “si yo fuera un productor de trigo convencional y estuviera al lado de un campo de trigo transgénico, es altísimamente probable que tenga un flujo de material genético que automáticamente contamine mi trigo”, alerta el coautor del volumen La tragedia ambiental de América Latina y el Caribe, a punto de ser presentado por la ONU y la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). Si, además, se trata de un productor orgánico que certifica su trigo, o de exportadores, “les hacen perder la partida”. Tal preocupación une actualmente a productores orgánicos y convencionales del país, que abastece hoy al 10 por ciento del mercado mundial de trigo, resalta Pengue.
“Los productores de soja orgánica en Argentina y Brasil o los productores de colza orgánica en Canadá tienen dificultades para enviar sus productos a Europa porque tienen problemas totales de contaminación”, confirma Wannemacher.
“Aprobar trigo transgénico implica seguir consolidando un modelo agroexportador manejado por unas pocas corporaciones. Este modelo nos lleva a más deforestación y más contaminación por agrotóxicos y se contrapone a la agroecología y el cuidado de ecosistemas frágiles.” Así resume a DW Aurora Lugo, portavoz de Greenpeace Argentina, la postura de la ONG ecologista ante este anuncio.
Aunque con Bioceres sería una empresa relativamente pequeña la que trae estas semillas de trigo modificadas genéticamente al mercado, Bioceres no está sola en el empeño productivo. Y el glufosinato, con el que estas semillas deberían cultivarse luego, lo produce actualmente la gigante química alemana BASF, indica Wannemacher: “Así que, definitivamente, es un producto en el que están interesadas las grandes corporaciones”.
En consecuencia, una historia que ya conocemos podría repetirse en los mercados: se ofrece primero una semilla a bajo precio y se publicita para que muchos la compren. Y, en algún momento, simplemente no hay competidores ni otros proveedores, resume la experta alemana: los más pequeños resultan expulsados de un mercado dominado actualmente por cuatro grandes corporaciones, que venden el 70 por ciento de semillas que se consumen.
Por eso, insiste el agroecólogo argentino Pengue, “en lo que debería estar pensando el mundo, como sugiere Naciones Unidas, es en promover los sistemas locales de producción de base agroecológica, donde no necesiten tantos insumos externos y que le permite a la gente independizarse de las demandas desde afuera. Poner en manos de la gente instrumentos de producción de su propio alimento.”
(cp)