Rehenes liberados de regreso en Alemania
3 de mayo de 2006Agotados pero felices de haber salido con vida de esta penosa experiencia se mostraron René Bräunlich y Thomas Nitzschke, tras haber llegado en un vuelo especial al aeropuerto berlinés de Tegel. Para ellos, salvo uno que otro interrogatorio al que seguramente tendrán que someterse, este terrible capítulo de sus vidas queda atrás.
Silencio oficial
Abiertos permanecen, en cambio, muchos interrogantes acerca de su cautiverio y su liberación. Probablemente jamás se llegará a saber si se pagó rescate o, mejor dicho, cuánto se pagó, porque ningún entendido en el tema que se haya pronunciado duda que hubo dinero de por medio en este feliz desenlace. Las autoridades de Berlín, lógicamente, callan. La rotunda negativa a negociar con terroristas sigue siendo una premisa que es necesario mantener ante la opinión pública y que se acepta, en el entendido de que la realidad puede obligar a actuar de modo diferente.
Tampoco es probable que se logre esclarecer qué grupo concreto tuvo en su poder a los ingenieros oriundos de Leipzig, que habían sido enviados a Irak por su empresa, Cryotec, para erigir una instalación técnica en una refinería de petróleo. Lo que sí revela el caso de Bräunlich y Nitzschke es que en Irak se ha desarrollado una especie de "industria del secuestro", al estilo de lo que ya era usanza en otros países, como Yemen. La captura de ciudadanos occidentales ya no sólo se utiliza como herramienta de presión política o forma con que grupos fanáticos intentan publicitar sus causas, sino también como simple método de extorsión financiera.
Peligro persistente
Según los analistas, para los alemanes ahora liberados fue en cierto sentido una "suerte" haber caído en manos de "delincuentes comunes", interesados básicamente en un rescate pecuniario. Quien busca dinero es predecible, a diferencia de lo que ocurre con sectores enceguecidos por su fanatismo, que ya han dado muerte a varios rehenes occidentales en Irak. Pero estos también siguen existiendo. Y el país sigue siendo uno de los terrenos más peligrosos del mundo para los extranjeros.
En Alemania, pese al alivio del momento, las autoridades advierten con sostenido énfasis en el peligro que revisten los viajes a Irak. Esto vale, obviamente, también para quienes lo hacen por motivos de trabajo. Michael Pfeiffer, de la Confederación Alemana de Cámaras de Industria y Comercio, estima que el número de ciudadanos germanos enviados por sus empresas a territorio iraquí es reducido. Expertos calculan que se trata de entre 30 y 40 personas. De hecho, el factor de la inseguridad frena a los empresarios alemanes. Eso se refleja también en el volumen de negocios germanos en Irak, que el año pasado se cifraron en menos de 300 millones de euros, ni siquiera una décima parte del nivel de los años 80.