Discordia entre la UE y EE.UU.
13 de febrero de 2010Desconcierto y exasperación. Eso fue lo que atizó el Parlamento Europeo entre los representantes de la administración Obama cuando dijo que no. “No” al llamado Acuerdo SWIFT –que alude a las siglas en inglés de la Sociedad para las Comunicaciones Financieras Interbancarias Internacionales– y, en consecuencia, “no” a la entrega de datos bancarios de los habitantes de países europeos a las autoridades estadounidenses.
La secretaria de Estado, Hillary Clinton, expresó su desazón con tacto señalando que las diferencias de opiniones entre Estados Unidos y Europa no podían evitarse; pero fue ella misma quien advirtió al presidente Barack Obama sobre los riesgos que correría el programa conjunto contra el terrorismo si sus aliados al otro lado del Atlántico se negaban a apoyarlo facilitándole información sobre los movimientos de capital realizados en el sistema financiero europeo.
Una lucha desequilibrada
Los gestos diplomáticos disimulan un gran disgusto tanto en la secretaía de Estado como en el Pentágono, sobre todo en lo que concierne a la participación europea en la guerra de Afganistán, descrita hace medio año por el vocero del ministerio de Defensa, Geoff Morell, como digna de ser “reforzada”. De hecho, la reciente conferencia sobre Afganistán realizada en Londres sólo intensificó la desilusión del Gobierno estadounidense.
“Los combates en Afganistán son duros y el número de soldados estadounidenses muertos, muy alto”. En la Casa Blanca tienen la impresión de que estas palabras de Obama dirigidas a sus homólogos europeos siguen pasando tan inadvertidas como los llamados de atención hechos a Bruselas por su Secretario de Defensa, Robert Gates, cuando ha solicitado esfuerzos más pronunciados por parte de las fuerzas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Disimulando el disgusto…
En 2009, el mensaje de Obama llegó al Viejo Continente con claridad: “Es tiempo de que Estados Unidos y Europa aúnen sus esfuerzos nuevamente para poder hacer frente juntos a los retos del siglo XXI”. Hoy, apenas un año después de haber sido anunciada, esta alianza transatlántica, que supuestamente permitiría a ambas partes negociar de igual a igual y luchar contra el terrorismo con el mismo ímpetu, parece haber caducado.
El presidente estadounidense siempre ha enfatizado que Berlín, París y Bruselas corren tanto peligro como Nueva York o Washington de ser víctimas del terror internacional. “Por eso”, sostenía Obama, “los Estados de Norteamérica y Europa se han asociado para combatir a la red de Al Qaeda y sus colaboradores”. Pero, cuando el combate en cuestión ha requerido acciones concretas, Estados Unidos ha tenido la impresión de que el bloque europeo, su gran aliado, elude sus compromisos.
…y apelando a otra estrategia
En vano se pronunció el Gobierno estadounidense para pedir que otros 10.000 soldados europeos fueran enviados a Afganistán este año. Ahora la divisa de la Casa Blanca parece ser: el que quiera alcanzar victorias en los frentes de batalla tendrá que negociar con Gobiernos europeos puntuales.
Con Gran Bretaña, cuando se trate de enviar tropas eficientes a Afganistán; con Alemania, el más importante mediador de cara a Irán, cuando se trate de imponerle sanciones persuasivas al Gobierno de Mahmud Ahmadineyad; y con otros países europeos cuando se necesite vigilar las transferencias bancarias internacionales.
Contar con el respaldo de países puntuales es más conveniente que creer contar con el de la Unión Europea como bloque. De ahí que la cancelación de la asistencia de Barack Obama a la cumbre europea-estadounidense en Madrid sólo pueda ser descrita como consecuente.
Autor: Ralph Sina / Evan Romero-Castillo
Editor: Enrique López Magallón