Opinión: ¡Una vergüenza, Alemania!
17 de mayo de 2018Asombroso: hace solo unos pocos días se decía en el ministerio de Medioambiente alemán que Alemania aún sigue siendo considerada un modelo a seguir en las conferencias internacionales sobre medioambiente. Alemania es admirada por su transición energética y por dar la espalda a la energía nuclear. Los otros países ven con "sorprendente indulgencia” los recientes problemas de Alemania para atenerse a sus ambiciosos objetivos climáticos. Pero ¿será siempre así?
El fracaso de la política ambiental alemana
Ahora la Comisión Europea ha anunciado que demandará a Alemania y otros cinco países de la UE por la elevada contaminación en muchas ciudades. En primer lugar, eso es algo vergonzoso, porque se sobrepasan límites que el propio Gobierno ha impuesto. Y, en segundo lugar, es una mala noticia para los miles de conductores que usan autos diésel en Alemania. Pero, mirándolo bien, se trata en primer lugar del fracaso de una política que proclama con orgullo sus ambiciosos objetivos, pero que después falla a la hora de ponerlos en práctica en su propio país.
En las últimas décadas, Alemania ha logrado reducir numerosos gases contaminantes en mayor medida que muchos otros países industrializados. Pero después la protección del clima perdió impulso, en parte porque a los alemanes les gusta conducir autos rápidos y caros, preferiblemente de producción nacional. Los fabricantes de autos del país apostaron por el diésel, comparativamente más beneficioso para el medioambiente, desoyendo las advertencias de los expertos sobre otros riesgos de este combustible, como el aumento en el aire del óxido de nitrógeno. Cuando finalmente las automotrices vieron claro este problema, decidieron engañar y hacer trampas antes que emprender cambios en su fabricación.
Es cierto que se ha reaccionado a nivel político y ahora se promueven los autobuses eléctricos en el transporte de cercanías, pero la eficacia de tales pasos solo se percibirá a muy largo plazo. En cualquier caso, no lo suficientemente rápido desde la perspectiva de la Comisión de la UE. Pero, sobre todo, la única medida realmente efectiva y rápida asusta al Gobierno alemán: una cara reconversión de los autos diésel para volverlos realmente limpios. Pero no se quieren imponer los costes ni a los automovilistas ni a las automotrices que, al fin y al cabo, también son votantes.
La presión externa podría servir de ayuda
Pero quizá la demanda de Bruselas ayude a la coalición de Ggobierno para ponerse manos a la obra en serio con los dos grandes retos de la política climática y medioambiental: por un lado, abajo con los niveles dañinos de sustancias contaminantes para no tener que llegar a una prohibición de circular a los autos. Por el otro, adiós a la energía proveniente del carbón, para poder atenernos a los objetivos climáticos. La presión de la UE apunta ahora al primero de estos temas. Pronto podría llegar de la escena internacional presión para el segundo. Justo antes de la próxima conferencia climática de la ONU, que tendrá lugar en la ciudad polaca de Kattowitz en diciembre de 2018, una comisión del Gobierno alemán presentará un plan para abandonar el carbón. Un plan ambicioso, pues la comisión se está formando en estos días de mayo. La transición energética es visible ya en todo el país, en cuyos horizontes se erigen numerosos molinos de viento.
Los alemanes andan mucho en bicicleta y utilizan el tranvía, además de separar su basura con dedicación. Eso les ha bastado durante mucho tiempo, pero ahora se demuestra que no es suficiente. Así pues, hay que hacer las tareas en casa. Mientras no estén hechas, Alemania debe felicitar en las conferencias internacionales sobre medioambiente los logros de otros países. Concretamente, los de los Estados pobres del hemisferio sur que, a pesar de tener situaciones desesperadas, no abandonan la lucha contra los gases de efecto invernadero.
Autor: Jens Thurau (MS/ERS)
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