Neofascismo a la italiana
10 de noviembre de 2013En el discurso que ofreció este sábado (9.11.2013) para celebrar el 24º aniversario de la caída del Muro de Berlín, el presidente del Consejo Europeo, Herman van Rompuy, enfatizó que ni el populismo ni el nacionalismo deben ser las respuestas “a los desafíos de nuestros tiempos”. Unos días antes, el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, hizo una advertencia similar, señalando que la ultraderecha gana terreno de cara a la elección del Parlamento Europeo, pautada para 2014, gracias a sus consignas racistas y xenófobas.
Apelando a su Constitución y al debate público de su pasado nacionalsocialista –una labor de décadas que no terminará pronto–, Alemania ha intentado deslegitimar, cuando no ilegalizar, a quienes idealizan el fascismo hitleriano y sus premisas. Pero, ¿cómo evitar el auge del neofascismo en países como Italia, donde el terror instaurado por el régimen de Benito Mussolini es relativizado y hasta justificado por los beneficios y privilegios de los que disfrutaron sus acólitos? Como Francia, también Italia es testigo del ascenso de la extrema derecha.
Cuando los encuestadores les preguntan quiénes han sido los mejores estadistas, los italianos siempre consiguen que Mussolini aparezca en los primeros lugares del ranking. Y es que el dictador cuenta con admiradores no sólo entre los neonazis locales, sino también en los sectores conservadores de la sociedad. Ideológicamente es poco lo que parece distinguir a un fornido cabeza rapada de Milán, Verona o Roma –bastiones neonazis por excelencia– de un elegante nonno (abuelo) que simpatiza con los discursos de Mussolini.
Neofascistas declarados
Desde luego, hay factores tanto coyunturales como crónicos que atizan la popularidad, no ya de Mussolini, sino de sus herederos políticos y de los neonazis. La actual crisis económica y los eternos déficits del Estado son dos de ellos. “Ellos hacen mucho por las familias de pocos recursos”, dice un vecino de un “centro cultural” romano que, oficialmente, no se identifica con ideología política alguna, pero que en realidad es operado por miembros de Blood & Honour (Sangre y honor), una red neonazi fundada en Gran Bretaña. ¿Leyenda urbana? Para nada.
Ellos tendrán sus razones para esconderse, pero en Italia abundan los neofascistas que no temen declararse como tales. Como muestra, un botón: los 2.500 integrantes de Forza Nuova, que reparten volantes a plena luz del día y tienen contactos estrechos con miembros de la élite política regional y nacional. El antiguo alcalde de Roma, Gianni Alemanno, está casado con la hija de un prominente neofascista. ¿Casualidad? Poco probable. El hijo de ambos dirige un movimiento estudiantil de extrema derecha.
Cuotas de responsabilidad olvidadas
Esas alianzas y el hecho de que las fronteras que separan a la derecha de la ultraderecha sean tan fluidas permiten que recursos económicos nada despreciables fluyan de las arcas del Estado a las cuentas de las organizaciones neofascistas. Y ese dinero les permite ofrecer respuestas rápidas a los problemas puntuales de ciertas comunidades sin que nadie los controle. Una persona con un cargo público debe justificar sus acciones, pero los neofascistas operan en los resquicios de la sociedad de donde el Estado se ha replegado. Como la mafia.
El ex primer ministro Silvio Berlusconi insistía públicamente en minimizar los desafueros de Mussolini, argumentando que su error fue aliarse con los nacionalsocialistas alemanes, pero que, de resto, el líder italiano hizo mucho por su pueblo. Berlusconi celebraba así una creencia profundamente arraigada y poco discutida en la península itálica. El historiador suizo Aram Mattioli sostiene que los italianos desconocen o han olvidado casi por completo su cuota de responsabilidad por las atrocidades cometidas en conjunto por los fascistas de Alemania e Italia. De ahí el desparpajo con el que Alessandra Mussolini, la nieta del Duce, elogia a su abuelo desde su escaño en el Parlamento. Hasta ahora, nadie le ha pedido que reniegue de sus ideales fascistas.