Medios de vida sostenibles para las mujeres en Colombia
14 de septiembre de 2021Cada mañana, cuando sale el sol en la llanura del pacífico colombiano, una docena de mujeres se embarca en canoa y lancha durante dos horas río arriba, atravesando densos bosques de manglares para recoger "piangua”, un molusco similar al berberecho que solo se encuentra en la costa del Pacífico.
Este trabajo, tradicionalmente realizado por mujeres, es agotador. Esneda Montaño pasa la mayor parte del día agachada en el barro, donde no solo hay piangua. Inmersas en el fango, se exponen a las picaduras de mosquitos y mordeduras de serpientes o peces sapo, entre otros animales.
Montaño realiza este trabajo desde los ocho años. Ahora, se acerca a los 50 y está decidida a seguir recogiendo piangua. "Lo aprendí de mi abuela”, recuerda. "Es una tradición y un legado que nos dejaron nuestros antepasados”.
Montaño vive en Quiroga, una pequeña comunidad del suroeste de Colombia, donde la mayoría de la población es afrodescendiente. Dirige la "Asociación Mujeres Construyendo Sueños”, un grupo de 20 "piangüeras” locales. Muchas de ellas son madres solteras y desplazadas por el conflicto armado en la región.
Las mujeres se unieron por primera vez en 2013, para sentirse más seguras frente a los grupos armados. La venta de marisco local -cangrejos, almejas y piangua- proporciona independencia económica, en un entorno donde hay pocas oportunidades de empleo para las mujeres. "Nos permite mantener a nuestros hijos e hijas, tener unos pequeños ingresos y no depender de nuestras parejas”, explica Montaño, que está casada.
Las mujeres sufren la peor parte de la degradación medioambiental
Esta independencia económica, sin embargo, está indisolublemente ligada a la salud de los manglares y las aguas circundantes. Estos frágiles ecosistemas se ven amenazados por la deforestación, la minería y el cultivo de coca, planta de la que se extrae la cocaína.
"Antes construíamos nuestras casas con las ramas de los manglares”, cuenta Montaño. "Ahora vienen los forasteros y lo talan todo. Y el aceite de la motosierra que dejan mata la piangua. Si esto sigue así, pronto no tendremos nada que comer porque los manglares son nuestro medio de sustento”.
La difícil situación de las piangüeras refleja un problema mundial. Cuando la degradación medioambiental destruye los medios de vida, las mujeres se ven afectadas de forma desproporcionada. En todo el mundo, la gran mayoría de las personas que viven en la pobreza son mujeres. Según la economista Linda Scott, autora del libro "La economía Doble X”, el 80 por ciento de toda la superficie cultivable del planeta está en manos de hombres.
Las mujeres tienen menos recursos a los que recurrir en tiempos de escasez o desastre, y menos oportunidades de empleo. Además, cuando una sociedad se ve sometida a la presión del cambio climático, aumenta la violencia contra mujeres y niñas.
Gran parte del trabajo que realizan las mujeres -cuidados, tareas domésticas, agricultura de subsistencia y recogida de agua- tiene un bajo impacto medioambiental, pero se vuelve muy difícil cuando se agotan los recursos naturales. Sin embargo, precisamente porque dependen tanto de estos recursos, las mujeres también pueden desempeñar un papel clave en su conservación.
"Debido a su marginación, las mujeres siempre se han visto obligadas a organizarse”, explica Diana Ojeda, geógrafa feminista y profesora de la Universidad de los Andes en Bogotá. "Si no, no sobreviven. Las mujeres se organizan para compartir los cuidados, buscar agua, atender a los enfermos y afrontar los traumas de la guerra."
Protegiendo los manglares para proteger el sustento
Durante generaciones, las mujeres han recogido la piangua de forma sostenible. Ahora su medio de vida está estrechamente ligado al destino del ecosistema. Por ello, las mujeres de Construyendo Sueños trabajan activamente para preservar ambas cosas.
Desde 2020, Montaño y un centenar de mujeres piangüeras de diferentes organizaciones han restaurado 18 hectáreas de manglares afectados por la tala ilegal, y ahora estos se utilizan para la construcción de viviendas. Todas las semanas parten en canoa para inspeccionar y vigilar los manglares.
Stella Gómez, responsable del programa marino del Fondo Mundial para la Naturaleza en Colombia, afirma que cada vez más mujeres se independizan recogiendo piangua.
"Esto tiene un impacto directo en la protección del manglar y en la seguridad alimentaria de sus familias”, dice Gómez. "No solo les ayuda a ganarse la vida, sino que estos manglares son importantes sumideros de carbono y focos de biodiversidad, además de proteger la costa de las tormentas”, añade.
Aguas contaminadas
Las piangüeras no son el único grupo de mujeres que lucha contra la degradación medioambiental en la región. En este tramo de la costa pacífica colombiana, no hay carreteras y los ríos son las principales vías de comunicación entre poblaciones. A lo largo de las orillas del río, con casas tradicionales de madera construidas sobre altos pilotes, las lanchas y canoas que transportan alimentos y mercancías suben y bajan con gran actividad por las vías fluviales. Pero este animado ajetreo oculta el daño que la minería ha causado a la salud de la comunidad.
El municipio de Timbiquí, también en la costa occidental, ha sido una zona de extracción de oro desde finales del siglo XVIII. Pero la minería ilegal con retroexcavadoras -una especie de excavadora que arranca la vegetación y remueve los sedimentos- ha sustituido a las técnicas artesanales en los últimos 20 años.
Al mismo tiempo, los productos químicos utilizados en la extracción de oro han contaminado el agua y el suelo. El aceite, el combustible, el cianuro y el mercurio vertidos en los cursos de agua por los mineros ilegales están matando las plantas, los peces y los crustáceos del río.
Luz Nery Flórez es conocida por sus dotes culinarias en este entorno. Como la mayoría de mujeres de la región, se encarga de alimentar a su familia. Todas las mañanas, cuando amanece, se levanta y prepara la comida sobre un fuego de leña. Su marido come sus deliciosos guisos de pescado, que se preparan con plátano y hierbas cultivadas en los tradicionales bancales elevados de su huerto.
Pero estos cuidados cotidianos que las mujeres de la comunidad prestan a sus familias se vuelven difíciles cuando los alimentos y el agua ya no son seguros y las vías fluviales, que antes eran el sustento de la comunidad, están contaminadas.
El mercurio procedente de la minería entra en el cuerpo humano por contacto con la piel, por inhalación o a través de la cadena alimentaria. Las madres pueden incluso transmitirla a sus hijos a través de la placenta o de la leche materna. En altas concentraciones, puede provocar deformidades físicas y afectar al desarrollo del cerebro.
"Cuando empezó la minería ilegal en 2010, muchas mujeres enfermaron”, dice Flórez. "Los niños padecían diarrea e infecciones. La gente se bañaba en el río y salía aún más sucia.”
Hoy en día, las mujeres dicen que se ven obligadas a viajar más lejos para encontrar agua potable.
Y todo esto se ve agravado por la escorrentía química de las plantaciones de coca. En 2019, el Observatorio de Drogas de Colombia informó que en Timbiquí se cultivaban unas 1.464 hectáreas de coca, en su mayoría controladas por grupos ilegales.
Los ingresos sostenibles fomentan la independencia de las mujeres
Como ocurre a menudo, la degradación medioambiental crea un círculo vicioso. Cuanto más se eliminan los medios de vida sostenibles -la pesca artesanal y las prácticas agrícolas tradicionales, por ejemplo-, la minería con retroexcavadora y la producción de coca atraen a un número cada vez mayor de personas que tratan de escapar de la pobreza. Y los recursos ecológicos se agotan aún más.
Por eso, son tan importantes las estrategias económicas que ofrecen los grupos locales dirigidos por mujeres, explica Flórez. Ella es la presidenta de "El Cebollal”, una organización de 13 mujeres y cuatro hombres, que se dedican a pescar camarones de río con catangas, un aparejo de pesca tradicional de boca estrecha, y a cultivar diversas plantas, entre ellas calabazos, para producir vajilla de forma artesanal.
"En lugar de talar árboles para cultivar coca, promovemos otras formas de ganar dinero con nuestras plantas y camarones, y sin destruir el medio ambiente”, dice Flórez. La independencia que proporcionan estas iniciativas también puede otorgar más poder a las mujeres, el poder de resistir a las fuerzas que no solo dañan y explotan los recursos ecológicos, sino también a las propias mujeres.
La Fundación Chiyangua, una organización dirigida por mujeres que lleva 26 años trabajando por la igualdad de género en la región, está recuperando conocimientos ancestrales sobre botánica para producir harina de papa china, una planta de raíz autóctona de la zona (similar a la yuca), y cultivar hierbas para su uso en alimentación, cosmética, medicina y hasta como repelente de insectos.
"Sabemos que uno de los principales factores detrás de ciertos tipos de violencia de género es la dependencia o subordinación económica de las mujeres con respecto a los hombres", afirma Marilyn Caicedo, coordinadora de la Fundación Chiyangua. "Así, al poner en marcha proyectos productivos, las mujeres pueden decir: 'Yo también puedo obtener mis propios ingresos y no tengo que aguantar este tipo de cosas.'"
(ar/rml)