Un enorme árbol con tronco de acero y hojas en forma de páginas de libros se alza en la Plaza de Armas de La Habana Vieja. La escultura, del artista francés Daniel Hourdé, mide 15 metros de alto y es un canto a la libertad y a la fuerza de la palabra escrita. En su follaje, se leen fragmentos de Lorca, Proust y Goethe, entre otros tantos autores de todos los tiempos. La pieza ha llegado a la capital cubana en el marco de la Bienal de La Habanaque este año se realiza en un contexto de profunda crisis.
El árbol de las mil voces es una de las tantas obras con que los habaneros se tropiezan a su paso en estos días de noviembre, pero, a pesar de los invitados extranjeros, los coloquios con críticos de arte y las fotos que se toman los transeúntes frente a las esculturas, el evento está seriamente menoscabado. El éxodo masivo que afecta a la Isla ha incluido a infinidad de creadores, los constantes cortes eléctricos limitan la realización de cualquier actividad cultural y el enroque represivo del régimen cubano en los últimos años le ha valido el rechazo y la ausencia de amplios sectores artísticos.
La Bienal ha dejado de ser una plaza de encuentro para explayar la creatividad o reunir a curadores y pintores; galeristas y escultores; marchantes y jóvenes que entran por primera vez a los catálogos. Aquella efervescencia que llegó a provocar la más importante cita cubana con lo mejor del arte nacional y foráneo es ya cosa del pasado. La Isla dejó de ser una plaza de interés para muchos creadores que buscan espacios de mayor libertad, más dinamismo económico y más irreverencia conceptual. Los estrictos límites que se le han impuesto en el último lustro a la exhibición y distribución privada de contenido audiovisual han lastrado también el encuentro de este año.
Entre las mayores sombras que se proyectan en esta edición número 15 está, sin dudas, la prisión que guarda el artista Luis Manuel Otero Alcántara,detenido cuando intentaba sumarse a las protestas populares del 11 de julio de 2021. El creador, de 36 años, convocó a los asistentes a la Bienal a visitarlo en la cárcel y formar parte de una acción artística que tituló Fe de vida. Su mensaje fue breve y claro: "Los invito a participar de mi obra". Hasta ahora, ningún invitado ha reaccionado, pero todavía hay tiempo. La Bienal se extenderá hasta el 28 de febrero de 2025.
Aunque el lema oficial del evento ensalza los "horizontes compartidos", la puesta en práctica de su agenda está dejando claro que hay líneas rojas muy rígidas que restringen la creación y la difusión artística en la Isla. Cerca de El árbol de las mil voces, otra instalación se ha convertido en el tablero de esa puja entre deseos de libertad y tijeretazos de la censura. En la Plaza Vieja, la pieza Nube de madera, del escultor alemán Martin Steinert, empezó siendo un muro para dejar por escrito las esperanzas y se ha ido convirtiendo en un amasijo de tablas donde se multiplican las tachaduras de la intolerancia.
Donde alguien anotó la frase "Viva Cuba libre", una mano autoritaria cubrió con un marcador la última palabra. En varios mensajes que muestran el deseo de tener una nación sin "comunismo", el vocablo también ha sido tapado con saña y mucha tinta. Steinert buscaba que los transeúntes hicieran suya la obra y la convirtieran en un tablero para el diálogo, pero sobre su estructura parece estar brotando una lucha sorda y desproporcionada. Por un lado, está la gente que, asfixiada por la situación, sueña con una apertura política y económica; del otro, los censores de siempre, hechos a la misma medida de aquellos otros que hace décadas suspendieron exposiciones, sumaron creadores a las listas negras y purgaron las escuelas de arte de estudiantes con "desviaciones ideológicas".
(ers)