Las apps y la búsqueda de una pareja
3 de marzo de 2014El conocido proverbio reza que los peores errores que uno puede cometer suceden al momento de elegir carrera y pareja. Probablemente existan programas para determinar la propia vocación, pero los expertos parecen haberle dado mucho más énfasis a evitar las equivocaciones al momento de encontrar pareja.
Ya en los años sesenta, los primeros programadores creían que las computadoras podrían ayudarnos en la ardua tarea de encontrar alguien acorde a nuestras preferencias. Las primeras máquinas se basaban en unas pocas preguntas sobre criterios y puntos de vista. A partir de las respuestas, por lo general expresadas a través de una escala numérica, la computadora formaba parejas con usuarios que arrojaran valores similares. Una de ellas, la Operación Match en 1966, pese a la simpleza de su mecanismo, llegó a contar con 90 mil aplicantes y le rindió una fortuna a su fundador. Desde entonces, estas herramientas siempre han dependido, para su éxito, de dos elementos: la eficacia de su sistema al momento de sugerir pretendientes y la cantidad de participantes. Mientras que para el primero existen diferentes respuestas, el segundo dejó de ser un problema hace mucho tiempo: en Alemania hay 2.5 millones de usuarios de aplicaciones de “online dating” y en el mundo superan los 200 millones.
Las empresas que hoy dominan el mercado, a nivel mundial, aparecieron junto con la proliferación del Internet. Algunas incluso antes, como Matchmaker.com que funcionaba como una red con dial-up desde 1985, o Match.com, que arrancó en 1995. Si se las toma en cuenta por separado, dejando a un lado los consorcios como IAC (propietario de Match) que dominan el mercado, las más fuertes, según sus propias cifras, son Badoo, con 200 millones de usuarios, y Zoosk, con 50 millones. En Alemania, Lovoo, desarrollada en Dresden, o Planet Romeo y Grindr, ambas especializadas en el público GLBT, son también muy populares.
Mecanismos diferentes
Algunas aplicaciones, como Tinder (perteneciente a IAC) o Lovoo, tienen su principal mercado en los teléfonos inteligentes y tabletas. Sus usuarios se conectan con su cuenta de Facebook, de donde el programa obtiene su información. Tinder, como otros, se basa apenas en mostrar fotos de candidatos al usuario, quien tiene que decir si le gustan o no. Cuando a dos usuarios les gustan sus respectivas fotos, el programa los pone en contacto a través de una ventana de diálogo. Lovoo en cambio, al igual que otras aplicaciones, permite al usuario diseñar una búsqueda específica en función de ubicación, edad, físico y opiniones. Luego, con el paso del tiempo, el historial de búsqueda de cada usuario le permite al programa reconocer patrones de gustos y hacer recomendaciones al usuario.
El tiempo suele ser el principal factor que empuja a las personas a interesarse en estas aplicaciones. Aquellos que no pueden permitirse sacrificar largas horas en encuentros sociales o lugares de diversión para conocer posibles parejas sentimentales, corriendo además el riesgo de no encontrar a nadie acorde a sus gustos, ven en las aplicaciones una vía rápida y segura. Eso explica por qué, tal y como las investigaciones demuestran, el tiempo de cortejo previo a una relación formal es cincuenta por ciento menor entre las parejas que se conocen en línea que entre aquellas que se conocen en persona.
La eficiencia al momento de encontrar la pareja indicada es otro de los principales motivos. Estas aplicaciones y páginas permiten, como nunca antes en la historia, poner en contacto a personas con intereses y gustos similares que, de otra manera, jamás hubiesen llegado a conocerse. Eso ha hecho que Internet sea ya, mundialmente, la tercera forma más común de conocerse para las parejas casadas, acercándose cada vez más a las dos tradicionalmente más comunes: en el lugar de estudio/trabajo o gracias a amigos/familiares.
El deseo de aventura también pesa. Hay todo un mercado de aplicaciones y páginas para encuentros sexuales casuales, igual de antiguas y prósperas, como Adult Friend Finder, Ashley Madison (destinada solo a personas casadas que buscan una aventura) o, en Alemania, Poppen. Aunque las empresas de servicios de citas en línea insisten en que éstas constituyen un segmento totalmente diferente, es inevitable que muchos clientes que apenas están buscando diversión y lujuria consigan colarse entre sus usuarios.
Peligro real y peligro social
La seguridad constituye una de las principales preocupaciones de los usuarios. Aplicaciones como esas podrían servir de teatro de operaciones a criminales sexuales o delincuentes comunes que buscan nuevas víctimas. Las autoridades de diferentes países advierten a la ciudadanía, en sus recomendaciones en internet, no compartir informaciones personales, como domicilio, datos sobre la familia o rutina, en los perfiles públicos. Instan también a no poner fotos íntimas ni comprometedoras al alcance de usuarios que poco o nada conocemos e insisten en que los primeros encuentros con un prospecto sean siempre en sitios públicos, y poniendo a alguien bajo aviso, hasta cerciorarse de que se puede confiar en esa persona.
Pero quizás los riesgos para la sociedad no sean tan fáciles de prevenir como los riesgos de seguridad. En su riguroso y polémico libro “El amor en el tiempo de los algoritmos”, el autor Dan Slater analizó el fenómeno mundial de los servicios de citas en línea. Para ello, comparó estadísticas mundiales y entrevistó a los principales nombres de la industria. Todos los entrevistados coinciden en que estamos viviendo una época en la que el compromiso sentimental y la monogamia son cada vez menos comunes, al punto de que hacen una analogía entre su declive y el que sufrió, hace un par de generaciones, la virginidad prematrimonial; una situación de la que los servicios de citas en línea se benefician y, también, indirectamente, contribuyen a perpetuar. Citando la teoría de Dan Schwartz de “La paradoja de la elección”, que asegura que mientras más opciones tenemos menos placentera encontramos la opción que elegimos, Slater y sus entrevistados reconocen el efecto pernicioso que pueden tener estos sitios. La abundancia de posibilidades y la velocidad con la que se puede conocer y formar una nueva pareja estarían haciendo que la gente valore cada vez menos su relación. Las parejas firmes no enfrentarán dificultades, aseguran, pero las parejas que no están unidas por lazos fuertes difícilmente superarán esta coyuntura.
Esta tendencia implicaría también, aseguran diversos expertos como Chrystia Freeland o Gregory Clark, autores de respectivos libros sobre el aislamiento de las élites, una gran amenaza para la movilidad social y el desarrollo político. Como nunca antes, esta tecnología permite que las personas busquen parejas de su misma situación económica, nivel educativo y muy similar visión de mundo. Eso es lo que sucede con aplicaciones en línea como Good Genes (al que solo pueden postular personas con inteligencia privilegiada), E-Harmony, diseñado por el renombrado experto matrimonial Neil Clark Warren y que lleva a cabo un minucioso análisis de su personalidad, o, en Alemania, con elitepartner.de, pensado solo para personas con éxito económico y académico.
Felizmente apartados
Aunque esto haga felices, en el corto plazo, a muchas personas, contribuye también, al largo plazo, a la atomización religiosa e ideológica de la sociedad, o a la segregación económica, en tanto las personas tenderán a buscar y elegir parejas muy similares a ellas. El matrimonio, que históricamente siempre fue también un mecanismo de redistribución económica y mezcla de visiones de mundo, perdería esa función y se volvería una suerte de club exclusivo. Los autores señalan que este elemento explica también, en parte, el aumento de la desigualdad económica en el mundo.
Aún no ha transcurrido el tiempo suficiente para juzgar el impacto de este fenómeno, pero es evidente que, más que una causa, es un efecto de los recientes cambios sociales. Por ello, es muy poco probable que esta tendencia se revierta en el corto plazo. No queda sino esperar a que sus amenazas vayan atenuándose, conforme la gente se familiariza con ella.