¿Huelga? Sí, por favor
20 de mayo de 2015Todas las locomotoras se detienen cuando el Sr. Weselsky lo ordena. Y el jefe del GDL, el sindicato alemán de maquinistas, acaba de dar la orden de nuevo. Es la novena vez en diez meses. Y, en esta oportunidad, está pautado que la huelga ferroviaria sea más larga que la anterior, que duró seis días.
Cuando uno observa el ámbito de los servicios más importantes para el funcionamiento de la vida nacional en Alemania, llama la atención el encono con que los profesionales de ese sector forcejean con sus empleadores y con la opinión pública germana.
Los carteros, los pilotos, los trabajadores de las guarderías, los conductores de trenes… todos ellos se han vuelto más ambiciosos. Ellos aspiran a ganar más dinero, pero sus luchas trascienden ese objetivo. Ellos también quieren ser reconocidos y defender sus privilegios.
En el caso del paro ferroviario, sus artífices claman además por el derecho a representar sus propios intereses. Esas demandas son atípicas; tienen aspectos completamente nuevos, si se les compara con las de antaño. Y el jurado extraoficial en estas disputas –la opinión pública alemana– está profundamente dividido al respecto.
A mediados de mayo se alcanzó la marca de los 35 días en que los trenes no circularon. Esa cifra ya duplica la registrada durante todo 2014. “Igual que en Italia”, se oye decir con frecuencia. Pero es que en este enfrenamiento no están en juego los puntos porcentuales ni los números detrás de la coma.
Para muchos lo que está en juego es que se reconozca que los trabajadores tienen la razón de su parte. Esta es la hora de los que se imponen. Y Claus Weselsky, líder de los maquinistas de locomotoras, es uno de los que se imponen. Weselsky sabe que quienes se ven obligados a cancelar sus viajes de tren tienden a condenarlo.
Sin embargo, el jefe del minúsculo sindicato está consciente de que también es visto como un héroe, con todo y que el diario Bild –el más vendido de Alemania– se presenta como el abogado de los inocentes clientes de Deutsche Bahn, la principal empresa ferroviaria de Alemania, y agita los ánimos contra quienes paralizan los trenes.
La nueva rudeza
Weselsky le imprime una inusual rudeza a la huelga ferroviaria; una rudeza bien vista por quienes se sienten frustrados en términos socioeconómicos. También quienes pilotean los aviones, reparten las cartas y laboran en los jardines de infancia se han percatado de algo esencial: su propio hartazgo.
En lo que respecta a sus reivindicaciones, ninguno de ellos quiere seguir escuchando las eternas excusas de los empleadores, privados o públicos. Esa nueva disposición a hacer huelga que se ve en Alemania tiene sus raíces en las experiencias acumuladas por millones de personas en sus lugares de trabajo en los últimos años.
La densificación de las tareas, los recortes presentados como reformas, los despidos realizados en el marco de correcciones sinergéticas y la recurrente alusión a la difícil situación financiera de los empleadores… todo eso hizo que los disciplinados y trabajadores empleados se volvieran renitentes en Alemania. Y con toda razón.
Justo en el lapso en que las fortunas y las acciones se revalorizaban considerablemente, los portavoces de los empleadores exigían comedimiento en materia de salarios. Y aunque las previsiones para la vejez colapsaban, la presión para que los obedientes trabajadores consumieran y consumieran seguía siendo ejercida.
Algo no cuadra aquí. Es tiempo de hacer ajustes.
La huelga como prueba de resistencia
Con semejante trasfondo, ¿quién pregunta por la responsabilidad de Deutsche Bahn frente a sus millones de clientes? Los trabajadores de las guarderías cuidan lo más valioso que tenemos y a cambio reciben los sueldos más bajos. ¿Son ellos unos egoístas por llamar la atención hacia esa paradoja?
La palabra “huelga” sigue pronunciándose en Alemania con un dejo peyorativo, como haciendo referencia a algo que no debe hacerse. Pero, ¿por qué? Con los paros, los trabajadores de diversos sectores están poniendo a prueba los límites del acuerdo de no confrontación entre los sindicalistas, los empresarios y el Estado.
La huelga somete al mundo laboral germano a una prueba de resistencia. Y eso no trae el caos consigo; al contrario, es una buena señal. Alemania no se va a transformar en el país de las huelgas infinitas, como lo fue Gran Bretaña durante la era Thatcher.
El hecho de que presenciemos un poco más de lucha de clases no quiere decir que haya estallado una nueva lucha de clases. Esas fricciones manifiestan la creciente insatisfacción de aquellos que no están siendo involucrados debidamente en el crecimiento de Alemania. Lo que hace falta es hacer ajustes.