George Pell y el ocaso de la Iglesia
13 de marzo de 2019El ex número tres del Vaticano, y también jefe de finanzas, tendrá que pasar seis años en prisión. Con la sentencia, el escándalo mundial de los abusos sexuales a menores en el seno de la Iglesia católica adquiere una nueva dimensión. El proceso contra George Pell todavía no ha terminado, porque sus abogados apelaron la sentencia. Sin embargo, hasta nuevo aviso, el clérigo tendrá que cargar tanto con la pena de cárcel como con la culpa, al igual que sus víctimas tuvieron que vivir con la violencia que sufrieron. Unas víctimas que la Iglesia ni supo ni quiso ver durante mucho tiempo.
La causa contra el cardenal Pell sacudió y dividió a la Iglesia y a la sociedad australiana. Para algunos, la condena era necesaria. Para otros, Pell es un chivo expiatorio dentro de un acuerdo importante con la Iglesia. Mientras tanto, las críticas que desde vienen desde lejos, de la Iglesia de Roma, y califican las acusaciones como "absolutamente increíbles” no solo son ridículas, sino también cínicas. Esa es precisamente la arrogancia de la Iglesia en las últimas décadas. Una época en la que, por cierto, a Pell se le acusó varias veces de abusos en su propio país.
Sin miedo a la revisión
Australia es un Estado constitucional. El juez calificó las acciones de Pell como "frías” e "increíblemente arrogantes”. Al jurista no parecía preocuparle la posibilidad de que se recurriese la sentencia, algo que todavía está pendiente. Al final, es bueno que el Derecho Civil ampare la eficacia en sus procesos.
El caso de Pell muestra la dimensión y el impacto que los escándalos de abusos pueden tener en la Iglesia universal. El Colegio Cardenalicio tiene actualmente 122 miembros con derecho a elegir un Papa en un cónclave. En pocos días, dos de sus miembros han sido condenados. Mientras Pell fue encarcelado por delito de abusos, el arzobispo de Lyon, Philippe Barbarin, fue condenado a seis meses de libertad condicional por encubrimiento de delitos de abusos. Sería muy difícil tolerar que ambos puedan concurrir en un cónclave. Barbarin ya anunció su renuncia como arzobispo. En el caso de Pell, el Vaticano esperará a la apelación. Entretanto, ya se inició un proceso según el Derecho Canónico.
George Pell se convirtió en arzobispo y cardenal de la mano del papa Juan Pablo II (1978-2005). El papa Benedicto XVI (2005-2013) fue el encargado de introducirle en algunos de los procesos romanos más importantes. Por su parte, el papa Francisco lo nombró director de las finanzas vaticanas en 2014. Esto parece haberse convertido ahora en un problema clave y estructural. Esta Iglesia dominada por hombres no supo escuchar las preocupaciones. Un pensamiento clerical de costumbre con el que, desde Roma, se puede incluso influir en la justicia australiana.
La condena contra Pell fue anunciada en el sexto aniversario de la elección el papa Francisco. Él llegó del "fin del mundo” como pastor e irritado por frecuentes declaraciones teológicas. Quiso agitar la Iglesia, la descompuso y la revitalizó. Puede que ya haya previsto que la crisis de la Iglesia no se refiere solo a una mayor participación de la mujer, el celibato o una moral sexual obsoleta. Una institución cuya credibilidad sigue destruyéndose tan rápidamente es una piedra en el camino para todos aquellos religiosos que tratan de buscar a Dios, dudan y caen en la desesperación. Y, aunque sigan escuchándose cantos y huela a incienso, esa será la gran pregunta para la Iglesia. Mientras, su significado ya se ha derrumbado.
Una iglesia reformándose dentro del colapso
Cuando desde las bases se escuchan críticas sobre que la Iglesia Católica necesita una reforma, a sus representantes les gusta decir que la Iglesia siempre está reformándose a sí misma. “Ecclesia Semper reformanda”, dice el discurso eclesial. Tras más de 150 años de concentración y engrandecimiento clerical, esto se está realizando con cierto cinismo con base en casos como el de Pell y Barbarin, muy difíciles de ocultar. La Iglesia se está reformando mientras colapsa. Y, aunque pueda parecer imposible, todavía hay esperanza.
Mientras, para los autores de los abusos aplica lo siguiente: si ni los sacerdotes ni obispos creen ya en las anunciadas torturas del fuego eterno – en caso contrario no habrían incurrido en delitos tan repugnantes – sería bueno que culpables con sotana cumpliesen por lo menos las penas de la justicia terrenal. Aunque comparativamente, esa justicia sea humana, es un mínimo que se debería aplicar.
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