Espías en entredicho
3 de febrero de 2004El argumento de que tarde o temprano aparecerían las supuestas armas de exterminio masivo en Irak ya no da para más. Hasta los más pacientes seguidores del presidente estadounidense, George Bush, y su aliado británico, Tony Blair, han perdido la esperanza de que aparezcan a estas alturas. En consecuencia, era menester cambiar la estrategia. La decisión del jefe de la Casa Blanca de encargar a una comisión independiente el examen de los correspondientes informes de inteligencia, no dejó a Blair más remedio que secundar sus pasos, ante una presión política interna que no cede.
Los platos rotos
Pese a haber salido bien parado de las investigaciones en torno al caso Kelly, el premier británico no puede dar aún por superado el capítulo de la guerra contra Irak, que tanto daño ha causado a su imagen interna. Alguien tendrá que pagar los platos rotos. Y el único disponible, a ambos lados del Atlántico, parece ser el aparato de inteligencia. No obstante, está por verse si los respectivos servicios de inteligencia están dispuestos a cargar con la responsabilidad que, en definitiva, corresponde a los gobiernos.
Para Blair, la situación es más complicada que para Bush. A diferencia del gobernante estadounidense, que no ocultó jamás sus intenciones de deshacerse de Saddam Hussein y utilizó el peligro de sus supuestas armas de exterminio masivo como un motivo más para su cruzada, el primer ministro británico centró su argumentación justamente en este punto para justificar la guerra.
Mala memoria
De poco sirve que Blair se fíe aparentemente de la mala memoria colectiva y afirme que la operación militar contra Irak se emprendió debido a que se trataba de un país inestable "con capacidad para tener armas de exterminio masivo" que podrían haber caído más adelante en manos de terroristas. La opinión pública recuerda de seguro que, antes de la invasión, se presentaba a Saddam Hussein como un peligro real e inminente, y no como una potencial amenaza a futuro.
Las declaraciones formuladas hoy por Blair no han dejado satisfechos a quienes se opusieron a la guerra, sobre todo porque no contienen ninguna autocrítica. Más aún: el jefe de gobierno londinense sigue negándose a poner en discusión las decisiones políticas adoptadas. "Cualquiera sea el resultado de la investigación, no acepto que haya sido un error derrocar a Saddam Hussein", afirmó ante una comisión del parlamento. ¿Qué se puede esperar entonces del trabajo de la comisión independiente? ¿Que ponga al descubierto los presuntos errores de los servicios de inteligencia, para que el gobierno pueda escudarse en ellos y afirmar que actuó de buena fé? Aún así, en Downing Street debería mantenerse la cautela, porque la experiencia indica que los servicios de inteligencia no acceden gustosos a ser blanco de investigaciones, ni menos a servir de chivos expiatorios.