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Benedicto XVI: el comienzo de las expectativas

Pablo Kummetz20 de abril de 2005

Benedicto XVI, el nuevo Papa, se ve a sí mismo en un principio como el continuador de la obra de Juan Pablo II. Sin embargo, en la historia de la Iglesia Católica, no pocos papas han dado sorpresas.

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El papa Benedicto XVI celebra hoy la misa en la Capilla Sixtina.Imagen: AP


Liberado de su obligación de defender la doctrina de la fe, cargo que desempeñó en el Vaticano hasta su elección como nuevo Papa, Benedicto XVI podría imprimirle un sello propio a la Iglesia Católica, que se balancea en un difícil acto de equilibrio entre identidad, solidaridad y reforma.

Ratzinger no es sólo el conservador a ultranza por el que muchos lo tienen. Por el contrario, en sus años jóvenes, ya entonces brillante teólogo, abogó por reformas y aperturas. Y una y otra vez ha sorprendido a propios y extraños con profundos diálogos sobre la fe, la teología política y la filosofía.

El nuevo Papa no quiso el pontificado, pero lo aceptó gozoso. No tiene avidez de poder, pero sabe usarlo. Ratzinger no debe probar que es fiel a la doctrina de la Iglesia y justamente por ello puede sorprender. De los "halcones" se sabe que a menudo dan decisivos impulsos de paz e inspiran transformaciones.

Un baluarte de la continuidad

Los cardenales reunidos en la Capilla Sixtina parecen haberse decidido por quien mejor parece asegurar la continuidad de su antecesor. Con él no habrá sacerdocio femenino, ni una distensión del derecho matrimonial eclesiástico, ningún gran cambio en las posiciones con respecto a cuestiones del aborto y la permisividad sexual.

Esas posiciones, una debilidad para algunos, se transformaron en una receta de éxito para quienes recelan del fantasma del "relativismo": un concepto central en la homilía de Ratziger en el Cónclave. Ya el Papa anterior había sabido reunir en su entorno a los fieles con ese lema: el estricto rechazo de la posición posmoderna del "todo vale" se ha transformado en la convicción básica de todos aquellos que escuchaban a Juan Pablo II.

Pero Benedicto XVI no es Juan Pablo II. Ni el mundo de hace un cuarto de siglo es el mundo de hoy. El bloque socialista ha colapsado. Occidente, en punta los EEUU, determinan la política y la economía de un mundo globalizado.

Pero no se ha desarrollado simultáneamente una ética global. El abismo entre países ricos y pobres continúa e incluso se ha profundizado. El progreso científico-técnico y el desarrollo económico han adquirido rasgos cuasi religiosos de salvación terrenal.

Nuevos desafíos y nuevas tensiones

Las jóvenes Iglesias del Tercer Mundo se hallan confrontados con nuevos y no tan nuevos desafíos: nada fácil es la respuesta a los expansivos grupos integristas y evangelistas que hacen misión agresivamente en América Latina, con mucho dinero proveniente de EEUU. Y la relación con el Islam ha desembocado en nuevas tensiones, de las que ya había advertido Juan Pablo II cuando la guerra de Irak.

Por todo ello, Benedicto XVI deberá realizar un difícil acto de equilibrio: quiere conservar y fortalecer la identidad de la Iglesia Católica, ser un modelo de fe y de servidora de Dios. Pero defender la identidad significa también poner límites, diferenciar entre lo que es católico y lo que no.

Pero un Papa que sólo pone límites lleva a la Iglesia a la estrechez. Y uno que sólo reflexiona sobre reformas estructurales se transforma en un tecnócrata y uno que se conciba sólo como político mundial, sería, sin testimonio de la razón última de su accionar, a lo sumo un estratega.

¿El Papa sorpresa?

Actualmente no se espera que Benedicto XVI dé impulsos esenciales a la Iglesia. Como una de los cardenales más importantes de la Curia en las últimas dos décadas y encarnación del establishment vaticano, se argumenta, es muy posible que sea ya demasiado prisionero de los mecanismos del poder en el Vaticano por él mismo forjados en buena parte.

Sin embargo, también Juan XXIII fue visto a comienzos de su pontificado como un Papa de transición, sin mayores aspiraciones de cambios. Pero a contracorriente de todas las expectativas inició un proceso que cambió el rostro de la Iglesia. Contra fuertes resistencias de la Curia convocó al Segundo Concilio Vaticano, que terminó por reformar a la Iglesia.

¿Será Benedicto XVI un nuevo Juan XXIII? ¿O una segunda edición de Juan Pablo II, que, como, se sabe muy pocas veces son buenas? El propio Ratzinger tiene la palabra.