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¿Armas estadounidenses para Ucrania?

Friedbert Meurer, DLF (RML/LGC)2 de febrero de 2015

Si EE. UU. suministra armas a Ucrania, el conflicto podría escalar e involucrar peligrosamente a Occidente, afirmó Otfried Nassauer, director del Instituto de Estudios Trasatlánticos de Berlín a la radio pública alemana.

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Imagen: picture-alliance/dpa

En el este de Ucrania, no pasa un día sin nuevos enfrentamientos entre los separatistas y los efectivos ucranianos. El alto el fuego solo existe sobre el papel. El último encuentro internacional del llamado Grupo de Contacto –integrado por Ucrania, Rusia, la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE) y representantes de los rebeldes prorrusos– fue interrumpido sin resultados, la semana pasada en Minsk, Bielorrusia. Entretanto, llegan noticias de que Washington estaría analizando la posibilidad de enviar armamento a la república exsoviética. Ucrania las recibiría de buena gana. Berlín no ve esta medida con buenos ojos. La radio pública alemana Deutschlandfunk (DLF) conversó con Otfried Nassauer, director del Instituto de Estudios Trasatlánticos de Berlín.

DLF: Por el momento se trata solo de una posibilidad, de conversaciones al interior del Gobierno y del Ejército estadounidenses. ¿Cree usted que Estados Unidos termine enviando armas a Ucrania?

Nassauer: Por ahora, se trata de una recomendación que hace un estudio, presentado por tres grandes instituciones científicas, y los autores son antiguos colaboradores de los gobiernos de Clinton y Obama, que aún conservan su influencia. Ellos recomiendan que Estados Unidos ponga a disposición de Ucrania mil millones de dólares anuales durante los próximos tres años, para el suministro no sólo de armamento no letal –como hasta ahora–, sino además de armas con las que se pueda disparar y matar personas.

Se habla de armas defensivas, de armamento antitanque. ¿Eso qué significa, qué incluye?

Se refieren en efecto a misiles antitanques. Esa es la propuesta, además de vehículos blindados. Asimismo se recomienda enviar drones, aviones de reconocimiento no tripulados. A ellos se sumarían medios para la destrucción de drones enemigos; sistemas de comunicación seguros, que no puedan ser espiados; y –como elemento muy importante– radares de localización de artillería, con los que los ucranianos serían capaces de ver desde dónde les están disparando y de tirotear esas posiciones.

¿Se trata entonces también de material con el que la artillería ucraniana podría iniciar ataques?

Por supuesto. Eso es absolutamente correcto. Además, ellos recibieron ya antes equipamiento similar, como parte de los sistemas no letales para la localización de morteros. Hoy pueden localizar morteros, pero no lanzacohetes a 30 o 40 kilómetros de distancia, algo que necesitarían conseguir en el futuro.

¿Qué frena a Estados Unidos, por el momento, de dar este paso?

El hecho de que no ha habido consenso en el seno del Gobierno sobre si tales medidas harían escalar el conflicto. Y ese es el peligro real al que se enfrentan. Los suministros de armas echan leña al fuego del conflicto y, a la vez, agua a las ruedas del molino de un Gobierno ucraniano que no ha escatimado esfuerzos para involucrar a Estados Unidos y Occidente en este conflicto.

El historiador británico Timothy Garton Ash publicó recientemente un artículo en el que afirma, en resumen, que nosotros, Occidente, nos creemos que estamos jugando ajedrez con Putin, mientras él responde con guerra. ¿No se trataría, en este caso, de la implementación del mismo tipo de medidas desde ambos bandos?

Para empezar, no creo que la metáfora sea adecuada, porque Putin supuestamente solo juega mejor ajedrez en determinados puntos. Por otra parte, aquí se trata realmente, desde el punto de vista estadounidense, de la restauración del equilibrio, de la equidad armamentística. Como sea, hay que preguntarse también, si el Gobierno ucraniano es totalmente inocente en este punto. En mi opinión, Kiev ha cometido importantes errores en el pasado. Pensemos nada más en el ministro de Exterior ucraniano que, directamente tras las elecciones parlamentarias –o sea, aún durante el alto el fuego, cuando este realmente había durado bastante–, aseguró que recuperarían los territorios ocupados por los rebeldes. Ahí aquellos automaticamente sacaron la conclusión de que se verían amenazados por una próxima ofensiva.

Usted mencionó un estudio de importantes institutos y personas influyentes. ¿Se habla en ese marco solo del suministro de armas de Estados Unidos a Ucrania o se menciona también a otros aliados, a otros miembros de la OTAN, a Alemania?

El estudio afirma que no deberíamos dejar solos a los americanos, que deberíamos acudir especialmente a los países del Báltico, a Polonia, Canadá y Gran Bretaña, que –como miembros de la OTAN– estarían dispuestos también a suministrar armas. Además se ofrecen diversos argumentos, sobre por qué algo así tendría sentido. Por un lado, los nuevos miembros de la OTAN que aún conservan mucho del viejo equipamiento soviético podrían suministrar piezas de repuesto. En el caso de Polonia se argumenta, por ejemplo, que podría apoyar también con defensa aérea a Ucrania, o sea con sistemas, con los que los ucranianos estarían en capacidad de –dado el caso– derribar aeronaves de guerra rusas o separatistas.

¿Pero los alemanes, en cualquier caso, buscarán la forma de observar esos toros desde la barrera, no?

Los alemanes se mantendrán al margen o esperarán poder mantenerse al margen. El problema, de todos modos, es de fondo. Si otros miembros de la OTAN, y no sólo Estados Unidos, apoyan al Gobierno ucraniano a nivel bilateral –algo bastante seguro en el caso de Polonia, pues hay partes de Ucrania que le pertenecieron antes de la Segunda Guerra Mundial–, es probable que entonces la OTAN, como bloque, se vea más involucrada en este conflicto. Eso, aunque Ucrania no es un país miembro y la OTAN no tiene realmente ninguna obligación allí. Y ese es posiblemente el cálculo de Kiev: lograr involucrar profundamente a la OTAN porque así, al final, o bien Ucrania ingresa al bloque, o bien el conflicto se convierte de un conflicto ucraniano (o potencialmente ucraniano-ruso) a uno entre la OTAN y Rusia.