Independencia de Brasil: historia de una promesa incumplida
6 de septiembre de 2022La historia de Brasil es el relato de una enorme promesa. La historia de una nación que, más que ninguna otra, cumplía los requisitos para ser pacífica y próspera.
¿Por qué Brasil no ha sido capaz de cumplir su gran promesa? ¿Por qué unos 63 millones de brasileños viven por debajo del umbral de la pobreza? ¿Por qué la inseguridad alimentaria afecta a 125 millones de personas? ¿Por qué solo el 1% de la población concentra el 50% de la renta nacional y por qué menos del 1% de los propietarios de tierras agrícolas poseen el 45% de la superficie ruraldel país?
¿Por qué hay tan pocos afrobrasileños en puestos directivos, aunque más de la mitad de la población es negra? ¿Y por qué son asesinadas 50.000 personas cada año, es decir, 130 cada día? El "país del futuro", que tanto elogió el escritor vienés Stefan Zweig en 1941 tras reconocer un enorme potencial en él, sigue esperando ese futuro, 200 años después de su Independencia.
Una monarquía y defectos que persisten
En su fundación, en 1822, la nación brasileña ya venía con un defecto: a diferencia de las colonias hispanohablantes de América Latina, no se convirtió en una república, sino en una monarquía. El primer jefe de Estado fue el emperador Pedro I, originalmente príncipe heredero de Portugal.
Pero aunque Pedro I se comprometió a detener la importación de esclavos, los terratenientes traficantes de esclavos hicieron caso omiso de la medida. La élite blanca consideraba que la explotación y la represión de otros seres humanos era su derecho, que justificaba con argumentos racistas. Esta mentalidad ha seguido siendo una característica de la élite brasileña hasta hoy.
La esclavitud es la gran vergüenza de Brasil
Solo en 1888 se proclamó el fin de la esclavitud en Brasil, el último país de América en abolir esta práctica. En los siglos XIX y XX, cientos de miles de portugueses, italianos, españoles y alemanes empobrecidos inmigraron, en condiciones iniciales completamente diferentes a las de los esclavos africanos.
Estos últimos fueron liberados, sin capital inicial, sin formación, sin tierra, sin empleo, sin siquiera una disculpa. Así se sentaron las bases para la continuación de su dependencia y explotación, con todos los problemas resultantes. Hasta hoy.
La esclavitud es la gran vergüenza de Brasil. Su perpetuación bajo otro nombre y lo que conlleva constituyen un gigantesco obstáculo para el país.
Dictadura que no ha entregado cuentas
A lo largo de 200 años, el orden social vertical de Brasil apenas cambió, a pesar de los impulsos intermitentes de modernización, por ejemplo con la creación del Estado Novo bajo Getúlio Vargas. En la década de 1950, Brasil fue sede de la Copa del Mundo de Fútbol, se fundó la compañía petrolera estatal Petrobras y la nueva capital, Brasilia, inaugurada en 1960, se convirtió en el símbolo de la grandeza de la nación soñada durante mucho tiempo.
Solo cuatro años más tarde los militares pondrían fin al sueño: el 1 de abril de 1964 los generales dieron un golpe de Estado, respaldado por Estados Unidos y justificado por la existencia de actividades comunistas en el país.
Durante los 21 años de la dictadura militar, según la Comisión Nacional de la Verdad, fueron asesinados 434 presos políticos, así como 8.500 indígenas; decenas de miles fueron encarcelados y torturados. Estos crímenes nunca fueron investigados judicialmente, y esta es una de las razones por las que aún hoy la política brasileña está bajo la influencia negativa de los militares.
Sin embargo, en los primeros años tras la redemocratización, volvió a ser evidente un viejo problema brasileño que se había barrido bajo la alfombra durante la dictadura: la corrupción. También un problema principalmente de las clases altas, con acceso a fondos públicos que aparentemente consideran normal malversar.
De nuevo en la encrucijada
La convicción de que Brasil debía ser por fin más justo llevó al poder, a principios del siglo XXI, a Luiz Inácio Lula da Silva, del izquierdista Partido de los Trabajadores (PT). El ex sindicalista puso en marcha programas de lucha contra la pobreza, la cruel lacra de la nación. Fueron años de crecimiento económico.
Pero luego vino la caída: el país se sumió en una crisis económica, acompañada de un gigantesco escándalo de corrupción en torno a Petrobras. A esto le siguió una crisis política, social y moral.
Las crisis siempre son buenos momentos para los extremistas, y en 2018 el outsider político de ultraderecha Jair Bolsonaro fue elegido presidente. Representa un paso atrás, ha comenzado a demoler el Estado y a recortar masivamente la financiación de la educación, la cultura y, sobre todo, la protección del medio ambiente.
En el 200 aniversario de su independencia, Brasil se encuentra de nuevo ante una encrucijada: ser más moderno, más justo y activar por fin su potencial para el bien de todos; o retroceder aún más hacia un oscuro pasado.
(jov/er)
*Philipp Lichterbeck es columnista y corresponsal de DW en Brasil