Radiactividad: arma mortal para el cuerpo humano
Miles de personas murieron en Japón a causa del devastador terremoto, así como del tsunami que le siguió inmediatamente. A la catástrofe natural se le sumó el accidente nuclear mayor, cuyas posibles consecuencias aún son impredecibles y por lo tanto preocupan mucho, no sólo a los japoneses sino a todo el mundo.
No se la puede sentir, ver, ni oír, no tiene gusto, ni olor. Sin darnos cuenta ingresa a nuestro cuerpo a través de la respiración o es absorta por la piel, con consecuencias fatales: la radiactividad es un peligro mortal.
Una alta irradiación puede causar en el ser humano cáncer de tiroides, leucemia aguda, tumores diversos, enfermedades a la vista, perturbaciones síquicas o incluso daños en el material genético. Una persona expuesta durante un breve lapso a una dosis masiva de radiación puede llegar a morir en pocas horas.
Una de las enfermedades que surgen con más frecuencia luego de un accidente atómico es el cáncer de tiroides. Esto se debe a los isótopos radiactivos de yodo-131 y yodo-133, responsables de la mayor irradiación en los primeros días luego de un accidente de este tipo. A manera de prevención se puede ingerir yodo por vía oral. La idea es que una alta dosis de yodo “limpio” impida que el yodo contaminado se fije a las células. El cuerpo es prácticamente inundado con esta sustancia, para lograr que el yodo sobrante - que es justamente el contaminado - sea eliminado.
El Gobierno japonés ha comenzado ahora a distribuir pastillas de yodo en el entorno de las plantas nucleares. Sin embargo, vale destacar que esta medida surte efecto únicamente si la persona aún no está contaminada. E incluso en ese caso, el cuerpo está protegido sólo durante algunos días.
Es comprensible que los habitantes de la ciudad Aizu-Wakamatsu, a unos 100 kilómetros de la planta nuclear Fukushima 1, estén atemorizados y tomen las únicas medidas posibles, como explica esta ciudadana:
“No salgo de mi casa, a menos que sea imprescindible. Intento quedarme en casa todo el tiempo posible, para no exponer mi cuerpo al aire”.
Pero el yodo no es la única sustancia que puede causar graves enfermedades en el cuerpo humano. Cuando se depositan los radionúclidos estroncio-90 y cesio-137 en el tejido óseo, aumenta notablemente el riesgo de contraer un cáncer. Y es que el cuerpo confunde estas sustancias con el calcio y las integra a los procesos fisiológicos del tejido muscular y óseo. Lo cual tiene consecuencias fatales para la médula ósea. La función vital que cumple la médula de producir glóbulos sanguíneos se descontrola totalmente debido a la radiación ionizante, provocando así la tan temida y muchas veces mortal leucemia.
Pero también las consecuencias a largo plazo son terribles. Hoy, 25 años después del accidente de Chernobil, hay regiones del sur de Alemania contaminadas por la radiactividad. Por ejemplo: el bosque Ebersberg, en las cercanías de Múnich. Todo lo que comen los jabalíes allí está contaminado, explica Andreas Thiermeyer, cazador de profesión:
“Hay estaciones en las que los jabalíes no están tan contaminados. Entonces intentamos trasladar la época de cacería a esa estación, para poder aprovechar la mayor parte de la carne.”
Y es que el cesio liberado durante la explosión de Chernobil alcanzó ya las capas de tierra en las que se encuentra, por ejemplo, trufas. Los vegetales contaminados entran en la cadena alimenticia a través de los jabalíes. Y, aunque la radiactividad aparentemente no afecta a los animales, su carne ya no puede ser consumida por nosotros.
Una vez irradiado el cuerpo humano, ya no hay prácticamente nada que se pueda hacer. Lo importante es saber si se trata de una contaminación o de una incorporación. En el caso de la contaminación las sustancias radioactivas se depositan en la superficie corporal y se puede intentar eliminarlas por medio de agua y jabón, por más banal que esto suene. La incorporación, en cambio, es mucho más seria, porque significa que las sustancias peligrosas ya ingresaron al cuerpo. Entonces no quedan casi posibilidades de expulsarlas.
Autora: Valeria Risi
Editor: Enrique López